En la tradición familiar venezolana
los hermanos mayores cumplen un papel peculiar. Mientras no llega el segundo
hijo son la novedad, una vez dejan de serlo, se convierten en una especie de
columna del medio, entre los papás y los hermanos menores.
¿A cuántos no los ha criado un
hermano mayor? Aún vivos los padres, los hermanos mayores conducen al rebaño,
sobre todo las hermanas, al menos aquí que somos una sociedad matriarcal. Así
fue en la casa.
Zenaida perdió pronto el esplendor de
su condición primogénita, porque Adolfo le siguió muy de cerca. Eran una llave.
Así los criaron y así se consolidó en el tiempo, tanto en el seno del nido
común, como al abandonarlo para crear nido propio.
Odalis, a media distancia, fue
hermana tutelada por la llave de los ligaditos del 49 y 50. La novedad del
exilio, la hermana mexicana, llegada en el 56, apenas meses antes del retorno.
La Maraca en aquél entonces.
Falta uno para completar el rebaño. Según
pacto de Rosita y Felix Augusto, en la planificación acordada, era una cuarteta
y ese del cierre llevaría el nombre de uno de ellos dos, según su sexo.
Llegó "Castro León" en el
60, aquí en la entonces República de Venezuela, a secas, la que no era
"Bolivariana". Este último vástago nació en el umbral de la que ahora
llaman despectivamente "Cuarta República", surgida de la Constitución
de 1961, considerada por académicos e intelectuales, la más moderna de América
Latina, como modelo de Estado Social y Democrático de derecho.
Eran los días del Welfare State
(Estado de Bienestar), que surgió como compromiso de quienes fundaron la era
democrática en Venezuela. Esa que Augusto y Rosita, junto a muchísimos otros de
su generación, contribuyeron a instaurar, luego de diez penosos años de
ignominia, resumidos en, azarosa lucha clandestina, cárcel, campo de
concentración y exilio.
Había que tener cuidado con la nueva
cría de la que recelaba con furia lupita. Para ello, dos centinelas evitaron
males mayores. Este par disfrutó en distintas etapas de su vida familiar, del
famoso "maraco". Tuvieron dos, uno en México y el otro aquí, a casi
cuatro años de distancia.
Entre nosotros los venezolanos, los
mayores gozan una bola con los menores, son juguetes vivientes y hasta mascotas
de estos. Así fue en nuestro caso. Fotos de Lupita con Zenaida y Adolfo,
tomadas en distintas locaciones mexicanas, adornaban los álbumes de los Uribe,
en San José y casa de Daniel, así como también de los Trenard, en la casa de
León, Magdalena, José León y Meche y donde Carmen y Yolanda.
Este par de manganzones, ya casi
adolescentes, tenían en Lupita su muñeca de exhibición entre la familia y
amistades. Fotos en blanco y negro, retocadas en color, para destacar los
cachetes rosaditos de la mexicana, circulaban con frecuencia, vía oficinas de
correo, (email, instagram, Facebook, Twitter, ni imaginarlo). Varias quedan por
allí.
Al llegar la segunda mascota, la
primera va dejando de serlo, pero el par original induce a los últimos de la
camada a una llave similar a la por ellos conformada. Así termino siendo.
Jodían juntos bajo la atenta mirada de la columna del medio. Y es que de no ser
por ellos la crianza hubiera sido complicada. Los progenitores ya no tenían el
fuelle con el que manejaron a los primogénitos.
En la avenida Nivaldo, travesuras de
los últimos se recuerdan por docenas, pero las cosas no llegaban a mayores
porque los primeros estaban mosca! Saltaban muros llegando a los vecinos por la
azotea de sus casas, tocaban timbres, hacían pedidos falsos a la pastelería,
montaban bicicleta fuera del perímetro de Chapellín. Rosita y Felix Augusto a
veces ni se enteraban. La Pelúa y Fichi hacían el trabajo.
Transcurrieron los años y los hijos
de los primeros, terminaron siendo los juguetes de los segundos. ¡La revancha!
Aunque también útil.
Desde el episodio del nacimiento de
María Alejandra, que el día de alta la cambiaron por un varón, no llegando a
concretarse el canje porque lo advertí al momento de salir de la clínica,
sucedieron muchas cosas. Punky había que vigilarlo ya que en la época de moda
de los puff, la gente se echaba palos dejando los vasos a medio llenar en el
suelo y este lambón los arrasaba amarrándose sus buenas borracheras. La
bebesota, consentida, arremetía en oportunidades al grito de "malúca,
malica, fea" y había que seducirla para calmar cualquier molestia. Nacho
se echaba unas cagadas, acordes con sus abundantes comidas, que provocaban
reacciones de intolerancia vagal del padre, ameritándose el socorro de los tíos
para limpiar la caca. El frondoso cabello de Geraldine, era ocasión para colas
de caballo que le hacía Odalys.
Bueno, como para nunca acabar, los
hijos de los últimos terminaron siendo juguetes de los hijos de los primeros y
nietos de Fichi y la Pelúa. Carlos José, Claudia, Daniela y Camila, en ese
orden, les sacaban la baba. Consentimientos, atenciones, mimos, fueron lugar
común, al calor de un afecto especial.
A esta cadena del amor familiar le
han retoñado, aún en la distancia que han impuesto las circunstancias, nuevos
tutores y tutelados. Como en todo, hay un inicio, un origen, que en nuestro
caso fueron Zenaida y Adolfo, para mí el claro dibujo de la figura de los
hermanos mayores, en la construcción y orientación de las generaciones
posteriores de la familia, bajo la luz del cariño.
Diez años no es tiempo en que se
pueda borrar el amor solícito de la Pelúa. Digamos más, no será posible
olvidarlo. Es rastro indeleble, perdurable, labrado en una querencia difícil de
desdibujar. Los sentimientos son siembra que germina una y otra vez, ella volcó
los suyos hacia todos y ahora estos se devuelven hacia ella. Hermosa invocación
de un ser que resumió en amor y compromiso su existencia.
Unos tras otro se suceden recuerdos
de quien nos contagio de amor. Lo regó en abundancia. La fachada de "Dama
de Hierro", no era más que eso, fachada, tas la cual yacía el embrión de
la solidaridad, la sensibilidad y el cariño.
¡La pionera del amor partió, pero la
siembra de su afecto deja cosecha para siempre!
Con amor.
Augusto
25/10/13